
La estación de Berlanga se cerró en enero de 1985. el T.A.F., el T.E.R., el “Correo” recorrieron sus vías, pero quizás el que más vida dio en los años cincuenta fue el “Changai”, llegaba de madrugada a la estación y hacia la ruta Barcelona – La Coruña, más de uno recordará la recogida del pescado y otras mercancías.
La máquina de vapor aparecía con su humo por entre los pinos y enfilaba una pequeña cuesta abajo hacia Hortezuela y la estación. Los niños nos poníamos nerviosos frente a su imponente presencia y nos asustaba su fuerza y su grandeza.
Cuando el tren pitaba su sonido se esparcía por el monte, por el campo, enseguida era reconocido por los labradores y cuando paraba en la estación los “bultos” se sacaban o se metían por las puertas y por las ventanillas.
El tren era la vida, tanto para el barrio de la estación como para el pueblo. “El Periquín” nos esperaba con su taxi y nos llevaba a Berlanga en un viaje que se nos hacía interminable. Hoy –como siempre sucede cuando nos hacemos mayores- sonreímos ante lo que creíamos un camino eterno.

Recuerdo la sala de espera, el cartel con el letrero de “jefe de estación”, el reloj, el color verde de la madera de los “urinarios”, la nave para las mercancías, el nerviosismo de las madres por si algún niño cruzaba las vías antes de la llegada del tren.
Dentro del tren nos sentíamos libres, era una aventura y un mundo a descubrir: se podían bajar las ventanillas y asomarnos, corretear por los estrechos pasillos del vagón y pasar de uno a otro, observar a la gente que iba en los distintos departamentos...... Mirábamos el paisaje y nos asombraba la velocidad a la que pasaban los postes de la luz aunque la emoción más intensa era cuando el tren se adentraba en los túneles, entonces nuestras caras sentían el aire y el olor a carbón y salíamos de ellos con las caras manchadas de carbonilla.
Cuando entrábamos en el pinar, sabíamos que al final estaba la estación de Berlanga.
Esperamos, asimismo, vuestras vivencias en el tren de Berlanga.
Texto: Mª. C. Tundidor